La descripción alterna

Un hombre estaba sentado, dándome la espalda, trabajando en una losa de mármol curiosamente veteado. Se volvió hacia mí al oír mis pasos y al verlo me detuve.
      Era el hombre que yo había estado dibujando, aquel cuyo retrato estaba en mi bolsillo.
      Estaba ahí sentado, enorme, elefantino, con el sudor fluyendo de su calva, que él limpiaba con un pañuelo de seda roja. Pero aunque su cara era la misma, su expresión era totalmente diferente.
      Me saludó sonriendo, como si fuéramos viejos amigos, y estrechó mi mano.
      Yo me disculpé por mi intrusión. El ambiente era sofocante y yo empezaba a sudar profusamente.
      —Afuera hace muchísimo calor y todo deslumbra —dije—. En cambio aquí parece un oasis en el desierto. ¿No tendrá un vaso con agua para mi? No pude evitar preguntar.
      —No sé si será un oasis —contestó— pero ciertamente hace un calor infernal. Siéntese, señor. — dijo—. Le traeré un poco de vino.
      Señaló un extremo de la lápida en la que trabajaba y yo me senté.
      — Preferiría agua por favor. Muchas gracias —dije.
      Él agitó la cabeza.
      — Ya se la traigo —contestó sonriente—

Aquel lugar olía a arcilla cruda. Cogí la lápida y el material seguía húmedo. Yo lo veía terminado pero al parecer la pintura estaba fresca aún. Me limpié la mano con un trapo que vi cerca. En ese momento empezaron a sonar las campanas de la iglesia del pueblo contiguo.

Párrafo trabajado a partir del cuento «El calor de Agosto» de William Fryer Harvey.

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