Proyecto final

Proyecto Final del Curso Introducción a la Narrativa de Alberto Chimal (Doméstika) 15/2/2022

El día que conocí a Federico

La noche previa a ese sábado me vino la regla, no me tocaba pero a veces se adelantaba. Mi barriga estaba hinchada y yo de un humor fastidioso y con un punzante dolor de cabeza. Además estaba súper molesta porque justo mi hermana y yo habíamos planeado ir a la playa al día siguiente. Mi mamá nos iba a llevar al Regatas porque el calor era insoportable y ya en la casa no se podía estar. El verano en la Isla de Sicilia era simplemente desbordante, llegábamos ya a los 40 grados.

Ese fue el primer sábado de julio y sorpresivamente había poca gente en el club. Yo traté de negarme a ir porque no iba a poder bañarme, e ir a la playa y no poder bañarse era simplemente una locura. Para eso me quedaba leyendo mis cosas en el jardín de la casa: sacaba un par de Cocas, mi hielo madre de la refri  y me sumergía de vez en cuando en la piscina inflable que teníamos guardada hacía meses.

Pero mi mamá insistió, casi me llevó de los pelos y tuve que ceder.

Me puse un vestido midi rojo de lunares, saqué mi sombrero de playa, metí mi “Good Housekeeping” y mi cuaderno rayado en la cartera de paja y me fui a regañadientes al club. El sol ya marcaba las 11 y estaba por reventar.

Llegamos al club y mi mamá y Lucía tiraron sus cosas en la arena y se echaron a tomar el sol. Yo me quedé cerca, en una mesita en la terraza, resguardándome del sol bajo una sombrilla inmensa y amarilla. Saqué mi revista pero hacía demasiado calor, no me podía concentrar, menos me podía relajar. Luego saqué mi cuaderno y mi lapicero azul y empecé a escribir un poco. Escribir en ese entonces me ayudaba a relajarme, pero se acercaba el mediodía y el calor era ya inmanejable, estaba súper incómoda esperando que todos acaben sus cosas para irnos ya a la casa. Le pedí una Coca Cola al jovencito del restaurante.

La marea había bajado a esa hora y se habían formado unas pequeñas pocitas en la orilla, cerca del muelle. En realidad el ambiente se había puesto lindo, casi no había gente. Se escuchaba el mar claramente y eso me fue relajando, podía oír a las gaviotas, ver a las arañas de mar caminando en la orilla. Llegó el jovencito con la Coca Cola y un vaso. Así no más—le dije—sin vaso, gracias. Tomé un par de sorbos largos y pude volver a mi cuaderno.  

En ese momento regresó mi hermana Lucía del mar y vi que no venía sola. La acompañaban dos chicos; uno calvo, un poco feo la verdad y uno bello, con una mirada muy linda, parecía muy entusiasmado. Les presento a mi hermana Elsie— dijo Lucía—No quería venir pero mi mamá la obligó—esbozó una sonrisa burlona. A veces mi hermana no era tan simpática conmigo. Abrí los ojos gigantes y me entró un calor grande en el cuerpo, me sentí muy avergonzada, ¿Qué pensarían ellos de mí? El chico calvo saludó moviendo la mano muy amable y el chico bello se me acercó y me besó en la cara. Yo soy Federico— dijo muy sonriente. No es que fuera tan bello exactamente pero me miraba de una forma tan linda, era muy dulce su forma de verme y su beso… casi me desmayo. ¡Ah! ¡Sí! Él es Federico – dijo Lucía y él es Ramón— dijo señalando al otro chico. Los conocí en la kermesse del colegio, pero también son socios del club y justo…

Federico empezó a hacer bla bla bla con su boca y con su mano y ambos empezamos a reírnos.

A pesar de no haberme podido bañar en el mar y de ese sol infernal, ese fue el mejor día de ese verano. Conocer a Federico fue, de lejos, lo más bonito que viví.

Intercambiamos teléfonos y comenzamos a salir. Al cine, a por helados, a caminar a cuanto parque hubiera cerca, a ver el mar en el malecón, conversaciones sin fin, cartas intensas los fines de semana que no podíamos vernos por cosas familiares.

Llegó el invierno a la isla y Federico tuvo que viajar fuera. Al inicio nos escribíamos todos los días pero un día el cartero no llegó a mi casa en Vía Speranza. Al día siguiente lo esperé y esperé y esperé desesperada, pero no llegó nunca. Al tercer día llegó el cartero con los recibos de la casa y una publicidad ¡Mierda!

Seguí escribiendo cada día y caminando al correo cada tarde a dejar los sobres para Federico, pero no había respuesta. A la subsiguiente semana recibí una carta de María Teresa, la mamá de Federico. “Elsie, Federico ha muerto. Lo siento”.

Pasé varias semanas encerrada en mi cuarto, metida dentro de mi cama. Ya no escribía, ya no leía, ni podía cantar. Ya no vivía. No hablaba con nadie: ni con mi mamá, ni con mi hermana, y a decir verdad nunca tuve muchas amigas. Pronto llegó el momento de volver a clases nuevamente, se iniciaba el año escolar y empecé terapia unos días después. Me ayudó, sí. Fui pasando las etapas del duelo, casi sin darme cuenta.

Pasaron también los años: conocí a otros chicos, conseguí algunas amigas pasajeras, muchas distracciones llegaron, pero seguía pensando en él cada día, cada noche.

Hoy, que ya soy una mujer adulta, casada, con hijos y que ya viví tantas otras cosas, por las noches todavía percibo su presencia. Siento su olor al cerrar los ojos y puedo volver a ver esos ojos tiernos y lindos que me miraron ese primer verano, el mejor verano de mi vida.

4 Comentarios

  1. Luis Enrique 1972 dice:

    Muy buena! Me traslado por minutos a los años 90´s,

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  2. De todo se puede sacar una valiosa lección :)

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    1. Tienes razón. Muchas gracias 😊

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