Día 2 – Pedazo de autografía con verdades y mentiras

Hace ya varios días me besé con Héctor en la bajada de Armendáriz. Inicialmente iba a ser una reunión de amigos, yo estoy casada, él también. Ambos con hijos maltoncitos, todo ok.

A Héctor le encanta patinar como a mi y nos encontramos cerca del malecón para ponernos al día y hacer un poco de ejercicio. Antes del ejercicio, fuimos a por un café al Starbucks más lindo de la zona y pedí un Frapuccino espantoso, tipo raspadilla, él no pidió nada pero llevó sus caramelos morados, los de toda la vida.

Conversamos y fue raro, pero no feo, solo raro. Habían pasado unos 8 años más o menos. Luego del «café» nos fuimos al parque Melitón Porras a patinar. Fue una maravilla sentir esas libertades nuevamente luego de tanto, patinar, conversar sin interrupciones, verlo mirarme de esa forma, mirarlo de manera similar, como un enamoramiento desde cero nuevamente.

Luego del parque fuimos patinando al malecón y de ahí fuimos bajando un poco más. Al llegar al mirador ya empezaba a cambiar el color del cielo del anaranjado veraniego a tonos grisáceos y empezó a garuar. Patinar bajo la garúa es súper peligroso así que nos quitamos los patines y nos refugiamos en un rincón en el que un «sol y sombra» nos daba cierto cobijo. Héctor sacó una casaca y me la ofreció. Me la puse sin dudar, olía a él… ¡Qué rico olía por Dios!


Pronto se enredó mi pelo en el cierre de su casaca y precisé de su ayuda. Se acercó tanto que podía sentir el olor de sus Halls morados. Cerré los ojos para saborear el momento y parece que él lo tomó como una invitación porque desenredó mi pelo y se me acercó todavía un poco más. Podía sentir ya su respiración encima de mi nariz, de mi boca. Sentí nuevamente ese olor a no sé que, que me volvía loca. No quise abrir los ojos. Seguí olfateándolo todo, desde mi lugar, inmóvil.

Sentí sus labios rozar los mios. ¡Puta madre! ¡Mierda! ¡Carajo! No podía esperar más. Nunca iba a dejar de llover. Era nuestro momento. Me cogió de las manos, luego fue mi cintura, me arrimó a él y me besó sin consulta, ni tregua. Yo lo recibí con todo mi cuerpo. Cogiendo su cuello, mi cuerpo latía, el calor de su piel. No podía soltarlo. Mi boca era para Héctor, mi boca era nuevamente suya. Mi cuerpo pedía más. De pronto mis párpados semiabiertos me dejaron ver que las farolas ya estaban encendidas y me miraban todas retándome. Ya era de noche. Y no paraba de llover.

Héctor me soltó y metió sus Fila Air Flow en un maletín especial de patines, metió también los míos y me dijo que había venido en auto, que estaba cerca. Subimos la rampa corriendo por la lluvia y caminamos las dos cuadras sobre nuestras medias empapadas. Su Volvo azul pizarra estaba ahí parado y yo simplemente me subí de copiloto y me fui con él.

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